Con los Adolescentes… ¡Ni hablar! Parte III.

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Autores: Estefanía SÁEZ y Silberio SÁEZ.

Con este post completamos nuestra trilogía…, y lo haremos haciendo honor al título.

Si en las entregas anteriores partíamos de la posibilidad de Diálogo y Escucha por parte de los adolescentes, y proponíamos algunas estrategias; este post lo escribimos a pie de trinchera. Es decir, asumimos que en ocasiones es imposible dialogar con los adolescentes; y esto es aún más marcado en el ámbito de la sexualidad.

En vez de quejarnos por esta ingrata realidad, vamos a proponer estrategias, más allá del diálogo, para seguir haciendo Educación Sexual de calidad con nuestros hijos e hijas.

La confusión entre la ideología y la evolución madurativa.

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Los padres y madres actuales, tal vez no tuvieron la suerte de ser atendidos en sus inquietudes sexuales cuando fueron adolescentes. Seguro que alguno de los motivos de ese abandono tenía que ver con la ideología conservadora que imperaba en la sociedad de entonces. Entre la culpa (fomentada desde el plano moral y religioso) y la ignorancia total (la familia y la escuela nada les contaron) sobrevivieron como pudieron.

Y, estamos seguros de que, como reacción a su propia historia, estos padres y madres se propusieron hacerlo mucho mejor con sus hijos. Y aquí llegó una gran intención: “dialogar e informar sobre sexualidad de forma fluida a mis hijos”.

Con este objetivo como elemento motivador (tenemos una meta), también llegó la expectativa de un logro, y el hecho repetido de no conseguirlo, nos ha llevado a la frustración.

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¿Y si no hubiese fracaso, sino error en el diseño? Estos padres y madres, que tienen una meta (el diálogo con sus adolescentes) no acaban de lograrlo. Al final, creen que están actuando de forma deficiente a nivel educativo. Cómo si algo no estuviese yendo bien. Buscando de manera inevitable, repartir las responsabilidades del fracaso: uno mismo, la relación de pareja, las peculiaridades de nuestros hijos, el instituto, la sociedad….

Cuestión de Evolución Madurativa. No creo que estemos asistiendo a la incapacidad educativa de los padres y madres, repetida de una generación a otra. Tal vez sea más simple. Las dificultades y negativas de los adolescentes para dialogar con su familia, no es una cuestión simplemente social e ideológica (¡nuevos tiempos, nueva tolerancia, problema resuelto!); sino, y sobre todo, una cuestión evolutiva.

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Como ya apuntamos en nuestra primera entrega, la adolescencia se caracteriza por la toma de distancia de la familia, por la búsqueda de identidad y espacios propios… Y esto hace inevitable (a pesar de la calidad, capacidad e intención de sus padres) que el diálogo fluya de forma sencilla.

Este diálogo, nos tememos que es una meta preciosa, pero irreal y sobre todo, excesiva y en ocasiones idílica. Por tanto, y una vez desechadas las metas imposibles…

¿Qué podemos hacer si no conseguimos dialogar sobre sexualidad con nuestros hijos?

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Opinar en voz alta. A veces, en algunas de nuestras charlas con familias, algunas madres, con una sinceridad admirable nos dicen: “A esta edad, mi hijo ya no me hace caso”. Sin embargo, ya hemos avisado de que los adolescentes hacen de la toma de distancia y discrepancia con sus padres una bandera cotidiana. Probablemente a esta madre le tocará escuchar aseveraciones de este tipo: “Mamá, los tiempos han cambiado, ya no sabes cómo va esto…”.

Pero desde AMALTEA, como educadores con experiencia y muchas horas de vuelo, observamos y escuchamos como en los debates en clase, dentro de nuestros ciclos de Educación Sexual, estos mismos adolescentes dicen: “Mi madre piensa…”, “Mi padre dice…”.

Por tanto, aunque los hijos no lo reconozcan ante sus padres, asimilan y captan más información de lo que nos dicen. Si caemos en la trampa de “dado que no me atiende ni escucha, dejo de hablarle”, estaremos perdiendo nuestro grado de influencia. Es duro no ser considerado, pero tenemos que opinar de todo, en situaciones en las que ellos no puedan escapar. No con la ilusa intención de que lo compartan o esto active el diálogo; sino con la única intención de que ellos lo oigan. Nada más.

Y para ahondar en ello proponemos unas sencillas propuestas.

  • Monólogos. Un monologista desarrolla un tema, pero no espera la interacción simétrica con su público. Tiren a la papelera los objetivos carca y progre. Digan a sus hijos e hijas lo que les parece bien o mal, precoz o adecuado, bonito o brusco. Sean coherentes con sus propias ideas sobre la sexualidad humana: Qué les gusta, cómo mejora, cómo se deteriora, qué les asusta, … Sin esperar conversación.

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Eso sí, el monologista cuenta con la garantía de un público, por lo general, sentado. Busquen situaciones cotidianas de las que sus hijos no puedan escapar: las comidas, tiempo compartido en el coche, etc… Cada familia debe saber reconocer y encontrar esos momentos para aprovecharlos.

  • Sueños. Alguno de estos monólogos deberían incluir sueños, haciendo a nuestros hijos protagonistas del mismo. “Hija mía, esta noche he soñado que te quedabas embarazada. ¡Tenía un disgusto! Además el chico no se hacía cargo de nada, tú aún menor y con los estudios a medias… Al final me he despertado”. Se trataría de proponer situaciones difíciles, que tal vez nuestros hijos no van a explicitar nunca, para no asustar innecesariamente a sus padres. Pero si las planteamos de este modo, ellos ven que nosotros lo contemplamos todo; y aun en el peor de los casos, siempre les ayudaríamos. Podemos soñar sobre contagios de ITS, rupturas amorosas…
  • Diálogos pactados con la pareja. Del monólogo al teatro. Algunas familias son monoparentales, y no siempre se da el formato pareja; pero si lo tenemos lo usamos. Una vez detectadas los momentos que en nuestro hijos e hijas “no puedan escapar”, la pareja se puede poner a dialogar entre si (sin intención alguna de incorporar a nadie más): sobre cómo se vivió la primera regla, qué recuerdos tienen de los primeros novietes, con quién hablaban ellos a su edad de este tema…
  • Cuando se ve la TV, no desaprovechar la actualidad para opinar en voz alta. Si compartimos tiempo viendo la TV podemos aprovechar las noticias, las teleseries, las películas… para ir dejando caer nuestra opinión sobre lo que estamos viendo. Hay que ser pesados, sin sentimiento de culpa.

A modo de colofón: El ejemplo del GPS. No vamos a infantilizar a los seguidores de nuestro blog, con estrategias para garantizar que nuestros hijos lleguen a la meta deseada. No las tenemos. Nos conformaremos con otro objetivo más simple: que nuestros hijos conozcan siempre la meta propuesta.

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A un navegador GPS le introducimos una dirección de destino y este nos va guiando. Nos avisa con tiempo y nos dice “en la segunda calle girar a la derecha”. Pero ¿Qué sucede si no giramos? El aparato, pacientemente, se toma un tiempo y nos dice “recalculando”. Sobre la nueva situación, vuelve a sugerirnos la ruta. Podemos estar toda la tarde desatendiendo las indicaciones del GPS, y esté recalculará con una paciencia infinita y sin variar el tono de cordialidad. Imaginan que el GPS les dijera “Ya estoy harto, llevo toda la tarde recalculando la ruta y usted no me hace caso. ¿Sabe qué le digo? Que me desconecto. ¡Apáñese usted solo!”.

El GPS recalcula sin rencor. Esa es la gran clave. Ojalá les pudiésemos dar la fórmula para que sus hijos llegasen siempre al destino. Les pedimos algo más simple y realista. Recalculen permanentemente la dirección que sus hijos deben tomar en lo referido a su sexualidad. No se desesperen si no les hacen caso y vuelvan a recalcular. Y aunque tal vez no puedan mantener el tono de cordialidad, ¡Por favor, sigan recalculando y no se desconecten!

Y si te perdiste los post I y II… ¡aquí los tienes!

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